Esta es una traducción de la página original en inglés.

Fiestas de instalación y pacto con el diablo: ¿qué hacer?

Las fiestas de instalación invitan a los usuarios a llevar sus computadoras para que los expertos les instalen GNU/Linux. La intención es promover las ideas del software libre, como también el uso de programas libres. En las actuales circunstancias, en las que predomina el software privativo, estos dos objetivos entran en conflicto: los usuarios que quieran rechazar completamente el software que no es libre tendrán que elegir sus máquinas con mucho cuidado para lograrlo.

El problema consiste en que la mayoría de las computadoras no funcionan con una distribución GNU/Linux completamente libre; la razón es que contienen periféricos o coprocesadores que no funcionarán a menos que el sistema incluya algunos controladores o firmware privativos. Esto se debe a que los fabricantes de hardware se niegan a revelarnos cómo se usan sus productos, de modo que la única forma de descubrirlo es mediante la ingeniería inversa, cosa que en la mayor parte de los casos aún no se ha hecho.

Así, la fiesta de instalación se enfrenta a un dilema. Si apoya los ideales de libertad instalando únicamente el software libre que se incluye en las distribuciones 100% libres, las máquinas que son parcialmente secretas no funcionarán del todo y los usuarios que las habían llevado quedarán decepcionados. Por otro lado, si instala distribuciones y software que no son libres para que las máquinas funcionen completamente, no logrará enseñar a los usuarios a decir «no» en aras de la libertad. Puede que aprendan a apreciar GNU/Linux, pero no aprenderán lo que significa el movimiento del software libre. De hecho, la fiesta de instalación hace un pacto tácito con el diablo que elimina el mensaje de libertad y justicia del movimiento del software libre.

Utilizar software que no es libre implica que el usuario sacrifique su libertad por la funcionalidad. Si los usuarios tuvieran que afrontar la decisión por sí mismos, podrían aprender una lección moral, y quizás adquirir una computadora mejor más adelante. Pero cuando es la fiesta de instalación la que toma esa decisión en lugar de los usuarios, lo que hace es apartarlos de la dimensión ética: el usuario no podrá ver que hay algo más en juego además de la conveniencia. De hecho, la fiesta de instalación hace un pacto con el diablo en nombre del usuario, a escondidas, de modo que el usuario no se entera.

Lo que propongo es que la fiesta de instalación muestre a los usuarios cuál es exactamente el pacto que están haciendo. Que deje que cada uno de los usuarios hable con el diablo, que sepa que se trata de un pacto con implicaciones negativas, y que luego firme el pacto ... ¡o lo rechace!

Como siempre, hago un llamado directamente a la fiesta de instalación para que tome una posición estricta e instale únicamente software libre. Así podrá dar un claro ejemplo de ética irreprochable al rechazar el software que no es libre.

Mi nueva idea es que la fiesta de instalación podría dejar que el diablo merodeara un poco por algún rincón de la sala principal o en una sala contigua (en realidad sería un ser humano con un cartel que dijera «El Diablo», y tal vez con una máscara o cuernos de juguete). El diablo podría proponer la instalación de controladores privativos en las máquinas de los usuarios para hacer que funcionen más componentes, explicando al mismo tiempo que el costo de esto es utilizar un programa que no es libre (es decir, injusto).

La fiesta de instalación toleraría la presencia del diablo, pero no lo apoyaría oficialmente ni anunciaría su presencia. Por lo tanto, los usuarios que aceptasen el pacto verían claramente que los controladores privativos los instaló el diablo, y no la fiesta. La fiesta de instalación no se vería éticamente comprometida por las acciones del diablo y, por lo tanto, conservaría su plena autoridad moral cuando declara que la libertad es imperativa.

Los usuarios que optaran por instalar controladores que no son libres notarían el costo moral y verían que hay personas en la comunidad que se niegan a pagarlo. Después de la instalación, tendrían la oportunidad de reflexionar sobre la situación en que sus computadoras defectuosas los colocaron y sobre cómo cambiar esa situación, en su caso en particular y en general.

La fiesta de instalación debe asesorar a los usuarios que deseen remplazar ciertos componentes de sus máquinas por otros que sean compatibles con el software libre, e indicarles recursos comerciales o no comerciales útiles para obtener una computadora enteramente funcional sin paquetes binarios ni controladores que no sean libres; uno de tales recursos es la página web fsf.org/resources/hw.

También debe sugerir a estos usuarios que envíen cartas de protesta a las compañías que fabrican o venden componentes cuyo funcionamiento depende de software que no es libre.

El diablo de la fiesta de instalación no tiene nada que ver con el simpático demonio de BSD, cosa que la fiesta debe dejar muy claro. No se trata de BSD sino de la diferencia entre las varias distribuciones de GNU/Linux. De hecho, el mismo enfoque podría utilizarse para la instalación de BSD.

El diablo sería un ser humano disfrazado para impartir una lección moral a través de una metáfora teatral, pero no sigamos la metáfora hasta el extremo. Pienso que sería mejor no decir que el usuario «vende su alma» si instala software que no es libre; más bien, pierde parte de su libertad. No es necesario exagerar para que los usuarios entiendan que pagar con su libertad el precio de la conveniencia (e inducir a otros a hacer lo mismo) los coloca en una situación éticamente intrincada.

La tarea del diablo sería instalar software que no es libre, algo que yo no apruebo, de modo que no entraré en la discusión de los detalles prácticos. Pero no se puede confiar en un diablo, creer que pondrá límites a su maldad. ¿Acaso hay algo que le impida proponer la instalación de una distribución GNU/Linux como Ubuntu, que ofrece al usuario otros programas atractivos que no son libres además de aquellos estrictamente necesarios para que el hardware funcione? ¿O incluso instalar Windows? Los organizadores de la fiesta de instalación tienen que preguntar a algunos usuarios qué fue lo que el diablo hizo en sus computadoras.

¿No sería mejor, desde un punto de vista ético, que en la fiesta no se permitiera la presencia del diablo? ¡Sin lugar a dudas! La FSF no permite que el diablo ande merodeando por los eventos que organiza. Pero dado el hecho de que la mayoría de las fiestas de instalación desempeñan el papel del diablo calladamente, pienso que un diablo explícito sería menos perjudicial. Transformaría el dilema de la fiesta de instalación, convertiría esa lesiva contradicción en una experiencia instructiva. Los usuarios podrían, si insisten, obtener controladores que no son libres para que sus periféricos funcionen, y luego usarían GNU/Linux sabiendo que deben tomar un paso más hacia la libertad.